23 de noviembre de 2008

Siempre.


Enemigo de la guerra
y su reverso, la medalla
no propuse otra batalla
que librar al corazón
de ponerse cuerpo a tierra
bajo el paso de una historia
que iba a alzar hasta la gloria
el poder de la razón
y ahora que ya no hay trincheras
el combate es la escalera
y el que trepe a lo mas alto
pondrá a salvo su cabeza
Aunque se hunda en el asfalto
la belleza...

Míralos, como reptiles,
al acecho de la presa,
negociando en cada mesa
maquillajes de ocasión;
siguen todos los raíles
que conduzcan a la cumbre,
locos por que nos deslumbre
su parásita ambición.
Antes iban de profetas
y ahora el éxito es su meta;
mercaderes, traficantes,
mas que nausea dan tristeza,
no rozaron ni un instante
la belleza...

Y me hablaron de futuros
fraternales, solidarios,
donde todo lo falsario
acabaría en el pilón.
Y ahora que se cae el muro
ya no somos tan iguales,
tanto vendes, tanto vales,
¡viva la revolución!
Reivindico el espejismo
de intentar ser uno mismo,
ese viaje hacia la nada
que consiste en la certeza
de encontrar en tu mirada
la belleza…

17 de noviembre de 2008

Jugar.


Aquel trago se hizo largo y pesado. Esperando ingerir uno a uno todos los grados del mundo, dejando que los ojos transformen el vidrio en carmesí. Y ese sudor que te recorre la espalda en busca de su eterno compañero de viaje, el cansancio; confiando que en esta jugada las figuras se dignen a visitar tus manos. El licor busca el hielo y el vaso y tu cuello, atropellando neuronas y sentido común. Sabiendo que a cada trago estás más lejos de la buena persona que en ocasiones te mira desde el espejo. Otra mala racha en otra mala noche, una más. Jugar a no perder y por ello perder sin querer jugar.

9 de noviembre de 2008

¿Importa?


Que el deseo no se me suicide en el intento. Que mis lunes no devoren a mis domingos. Que la próxima vez que vea Casablanca, Ingrid Bergman no coja el puto avión. Que las ausencias duelan cada vez menos. Que el futuro nos merezca la pena menos que el presente. Que aprenda de una vez por todas a pedir perdón con sinceridad. Que definitivamente me importe una mierda que nadie me entienda. Que la vida deje de ser un juguete roto en manos de la muerte. Que la sangre siga siendo espesa y roja y que siga dirigida por el corazón. Que el olor de su piel sea el condicionante de mi existencia. Que ya es hora de empezar a dar palos de vidente. Que el insomnio no se meriende mis sueños. Que no haya que pedir permiso para ser feliz. Que no pierda de vista nunca, nunca… quien soy.

5 de noviembre de 2008

Demócratas.


Es curioso que en un día como hoy, con la mirada puesta en la antológica entrada en escena del moreno de Honolulu, con la cita ineludible de la magna historia golpeando a la puerta, en lo único que puedo pensar es en la forma de abandonar el escenario del sorpresivo McCain. Los negros lloran de felicidad por la llegada de su nuevo Mesías, la izquierda europea ha encontrado por fin al amigo americano y una ola de bonanza se merienda los parkets de medio mundo. ¿Por qué me queda entonces ese resquemor cuando veo el reconocimiento de la derrota por parte de las hordas republicanas?
Esperaba un cierto rictus de desagrado, una pose de soberbia relamida y por supuesto, la exigencia de un exhaustivo recuento de votos y la consiguiente desconfianza en la actual ley electoral. Lo normal en los países civilizados. Desde luego para lo que nadie me había adiestrado, era para aceptar una lección en toda regla de maneras, de convicciones democráticas y de reconocimiento de la derrota que debería servir de ejemplo en todos los libros de texto.
Valgan estas líneas para admitir mi arbitrario error y empezar a tener un poquito más de convicción en la justicia de las contiendas electorales y en sus consecuencias. Y sobretodo, valgan para intentar redimirme medianamente, de unas críticas gratuitas, injustas e innecesarias que llevo madurando desde hace semanas en contra de un personaje que de momento sólo ha demostrado señorío.
Eso si, sigo firme en la creencia de que “Yes, we can”.

3 de noviembre de 2008

Frases en la pared.


Sólo pensaba en intentar no pensar en nada. Dejar que la puta ansiedad se diluyera con la poca conciencia que me seguía quedando. Los coches pasaban, las luces de las farolas encendidas a pleno día, el sabor de la polución recorriendo hasta la última célula de mi cuerpo; pero sobretodo aquella pared. Un continuo tabique encalado, albino hasta la ceguera, despreciando la suciedad circundante. Sazonado, manchado en su esencia con una sola frase, un graffiti de letras góticas que le daba alas a la paradoja. “Así vamos muy mal”.
Como diría el gran Sabina: “que desinrazón”.