15 de agosto de 2008

Conversaciones con Aldous Huxley.


En ocasiones la búsqueda de cualquier agente narcótico puede devenir, queramos o no, en la autentica esencia de la desidia. Buscando una existencia palpable con la predisposición menos contaminada posible, sólo conseguimos darnos de bruces con la más espantosa de las indiferencias. A cada segundo de experiencia y de supuesta evolución, nos damos cuenta de que el infinito ni se extiende ni te deja saborear sus secretos.

Eso si, la cobardía de la inactividad jamás nos podrá enseñar nada.

Por lo tanto, cualquier exceso que se pueda cometer, será la propia sociedad terrenal la que te marque las pautas de la coherencia, aunque la evidente tendencia que se te presenta en forma de fuegos de artificio, con su derecho al deleite como punta de lanza, te plantean serias dudas de si estamos ante un anhelo o ante una simple y burda falsedad. Sin respuesta, por supuesto, en caso de que lo planteáramos inquisitorialmente.

Y al final, entre comprobaciones variadas, llegamos a la conclusión de que los acontecimientos más nimios son la esencia de nuestro devenir diario, obviando las posibles interconexiones que podamos entrever con los aspectos puramente casuales; como si nuestro destino apenas tenga que ver con la eventualidad; como si nada de lo que nos acontece fuera un engaño.

Después, con la pesadumbre de la extenuación de una bestia que se ha rendido tras una eternidad de inhumano acoso, sintiendo que tras cada parpadeo se desparrama la ambición del honrado reposo; aprendemos que cualquier devenir humano se transforma en puro artificio, queramos o no.

Lógicamente, al día siguiente no hay consuelo.