25 de septiembre de 2008

The Big John



Me cae bien este tipo; en serio, creo que ese fulgor visible de buena persona es manifiestamente cierto. Esos rasgos castigados y envejecidos que te obligan a decantarte hacia la simpatía en contra del previsible odio visceral que provocan casi todos sus predecesores de partido. Además de ser un gran héroe de Vietnam que se pasó cuatro o cinco años prisionero de los “charlies” sufriendo torturas y comiendo cucarachas como Chuck Norris. Quien le iba a decir a aquel mozalbete de 30 años, cuando pilotaba alegremente su “caza” rociando de napalm a aquellos desgraciados amarillos, que 42 años después estaría a punto de convertirse en el presidente de la nación más poderosa de la tierra. Y encima relevando en el cargo al personaje más ilustre y lúcido de la historia contemporánea.
Tiene eso si una ligera tendencia a descarriarse en temas importantes como la financiación de los partidos o su tibia postura en contra de la unión entre homosexuales. Temas que con el conveniente asesoramiento e instrucción, evolucionarán hasta convertirse en el ejemplo honesto y cristiano que todos necesitamos. Grandes adalides de la democracia le acompañarán en su sagrada misión, velando porque sus grandes esfuerzos sean tenidos en cuenta.

En fin, como reza la campaña de Obama, “Time for change”.

Treintaitantos.


Superada holgadamente la treintena, la vida se transforma con vivacidad vertiginosa en una sucia montaña rusa que oscila en sus puntos más discordantes, entre la estética trascendental de Kant y las dudas metafísicas de Descartes; intentando reírnos a cada vaivén con la máxima sinceridad viable. Sin omitir a ser posible, que las antiguas lágrimas de juventud, esas que eran provocadas por la falta de experiencia en el campo de batalla, se van tornando con el devenir de las primaveras en puro sarcasmo y en contaminado desprecio hacia casi todo lo ajeno. Porque no podemos olvidar, que toda la ilusión imberbe de los inicios se aniquila sistemáticamente con las criticas y las carencias que te señalan los demás, sin intentar descubrir siquiera cualquier rasgo de agudeza intelectual. Y eso, por supuesto, no se le puede perdonar a la sociedad.
Pasada la treintena, apenas te quedan ganas de ser el nuevo Salinger y escribir la nueva esencia de la novela, o para ser exactos, apenas te quedan ganas de escribir. Pasada la treintena, aprendes con humildad que Kubrick o Wilder eran únicos y que la sutileza y la ironía suelen ser campos vedados. Pasada la treintena, la mayoría de genios coetáneos, los Tapies, los Calatrava o los Gala de turno, tras las interminables ovaciones, más que nauseas provocan amargura. En fin que pasada la treintena, la fe se desdibuja entre el discurso del método y la critica de la razón pura.

24 de septiembre de 2008

Latidos.


Supongo que tendemos a sobrevalorar la importancia del corazón, extraviado o no. Su incidencia en nuestra existencia sólo debería importarle a los cardiólogos y a los reporteros de rubias revistas. Desde luego no tendría que tener un lugar notable en la vida de alguien que piensa que la anatomía y las ciencias en general son aberraciones creadas en el averno. Sin embargo, el desgaste y los guantazos que van dejando los años consiguen que te preocupes por sus latidos y te preguntes cual es su capacidad máxima de tolerancia al dolor. Y por supuesto que no hay respuesta, que nadie te explicara el sentido de su bombeo, ni siquiera cuando aceptas la certeza de que tu papel en la película de la vida, es como mucho ser el amigo idiota de algún prota; ninguneado en diálogos y esperando estérilmente alguna aparición estelar en pantalla.
Eso si, alguien debería aclararte que coño hacer con ese fogonazo que te crece en el estomago y que se desborda de rabia, de ira o de pasión y que hace que te retuerzas en el más espantoso de los tormentos ante la injusticia, la intolerancia, la incomprensión o cualquiera de los dilemas que se estrellan ante tus narices. Alguien debería dignarse en apagar esas estrellas que se agolpan en tus sueños y que no sabes bien si son luces ajenas, propias o una simple retahíla de destellos inconexos.
Al final, con un poco de suerte, nos damos cuenta que todo lo que se agita en nuestro interior es puro corazón, con sus grandezas y sus miserias, con su elocuencia y su silencio, siendo el alma de la fiesta o siendo el mejor ejemplo de aridez emocional. Aunque algunos se empeñen en intentar perderlo sin vender cara la derrota.

14 de septiembre de 2008

Claudicar


Sus ojos. Esos ojos. Siempre he pensado que una mirada, que el reflejo intenso de unas pupilas, podían expresar más sentimientos que todas las promesas pronunciadas del mundo. Tenía razón, se desgarra el alma si la intensidad sincera se acentúa y la curiosidad destila que no hay nada en la vida que pueda dar miedo. Y cuando se clavan en ti sin sentido y con la percepción equivocada, mirándote sin saber todavía lo que mira, dejándote entender que a partir de ese momento y sin opción a la perplejidad, estarás permanentemente rendido a su embrujo. Por ello, por todos los momentos de nitidez en la sensibilidad que me quedan por disfrutar, sólo me queda suplicar a quien rige los designios del destino, me permita seguir navegando eternamente en el progreso de sus retinas.