23 de septiembre de 2010

Kennedy for mayor


Bien, aunque todavía no podamos hablar con la certeza de una confirmación fehaciente por parte del principal protagonista del escrito, es evidente que Kennedy está vivo. Si, y lo que más llama la atención es el acento del pirineo lleidatà que se le ha pegado. Desde el 63 viviendo en Esterri d’Aneu es normal que una cierta contaminación idiomática lugareña se adhiera al léxico, pero lo que ya no es tan normal es que su forma de renegar en català y su rapidez con un acento tan cerrado, apenas recuerden vagamente sus orígenes allá en Massachussets. Y quizás pueda parecer pintoresco y hasta gracioso o por lo menos esa debería ser la idea, pero os puedo asegurar, que después de 15 minutos hablando con él, los conceptos CIA, Oswald y conspiración se desdibujan entre las explicaciones de sus anécdotas con la última helada invernal o con el agobio que le causan los turistas indiscretos.
En fin, que todo el mundo creyendo que había sido asesinado de un balazo o que estaba escondido en un bunker en Virginia y aquí está el cabrón, recogiendo firmas para su campaña a las próximas elecciones municipales. Eso si, con el nombre de Joan Felip Canet
Y que quieren que les diga, si yo fuera vecino de la zona, le votaría sin ninguna duda. Ya me estoy imaginando las reuniones del pleno, discutiendo sobre cuanto se llego a tensar la cuerda con la crisis de los misiles…

10 de septiembre de 2010

Un mundo feliz


Creo que puedo, o mejor dicho debo, imaginarme perfectamente cómo debía sentirse Huxley cuando cogía papel y lápiz y se dedicaba a vomitar todo lo que saltaba entre sus neuronas. No porque imagine en la más profunda de mis fantasías que algún día, de aquí a unos 1630 años más o menos, pudiera equipararme en estilo o profundidad a un personaje tan incomparable. No, sería estúpidamente insultante a cualquier inteligencia. Digo que debo imaginarme como debía sentirse Huxley, porque estoy casi seguro de cuál era la rutina que utilizaba para emborronar paginas. Agenciarse una buena botella de malta de 12 años, hielo y la necesidad imperiosa de buscar el camino que te lleve al fondo de los sentimientos. Ese sitio en el que se pierde, o mejor aún, se olvida la sensación de tener que mentirse en todo momento. Y es justo ahí, en ese espacio-tiempo tan indefinido, donde ya no existen limitaciones estéticas y morales y surgen las ganas de decir lo que realmente se quiere decir. Y entonces poder escribir libremente sin que la sucia conciencia incordie al talento. Maestría inconstante o genialidad inducida, lo mismo da.
Dejarse llevar por lo que se sueña y no por lo que se piensa, odiar hasta la saciedad y por motivos banales e injustos, amar por encima de todas las cosas, querer y poder, cambiar la barrera de los conocimientos por un “puede usted pasar” emocional. En fin, perder todo el corazón en cada línea y mostrarle al mundo el alcance de la palabra sinceridad. Dudando a cada momento, como no, de cuan estúpido puede resultar dejar tu sensibilidad en un papel. De la inutilidad del acto en sí.
Todo un compendio de percepciones que en mi humilde opinión deben ser admiradas, deseadas y en la medida de lo posible, vividas
Por eso, creo que es mi obligación sentirme como Huxley o por lo menos intentarlo, porque con alteración de las percepciones o sin ellas, intentar parecernos a nosotros mismos más de lo que nos parecemos en realidad, debería ser una asignatura de obligada enseñanza en los colegios.

1 de septiembre de 2010

As time goes by


A veces sentarte en el balcón, mirando la sombría presencia de la noche, es la única manera de relajar los músculos de la conciencia. Relajarse respirando la opresiva presencia del verano mientras el corazón, perdido hace ya demasiado tiempo, late al ritmo de las gotas de sudor que resbalan por la espalda. Y dejar volar tenuemente la intuición y dedicarle cinco minutos a meditar porque cojones la vida te lleva hasta dónde estás; cinco minutos para deleitarse con esa jodida actividad tan denostada por el ser humano: pensar. Y pienso. Y me doy cuenta que la ridícula mentira que significa la vida pasada, sólo rivaliza con la ridícula mentira que se adivina en la vida futura. Que el presente, esos leves y aterciopelados instantes, son lo único que nos separa de la más absoluta de las locuras. Huellas, corazonadas y percepciones. Escaso equipaje para tolerar que la esperanza se instale absurdamente en el interior. Porque lo queramos o no, sea justo o injusto, hayan motivos nobles de por medio o sólo parezca ser todo una siniestra broma de Dios, Ingrid Bergman seguirá subiéndose al puto avión.