
Es curioso observar como se desarrolla el pensamiento colectivo cuando se condiciona de manera extrema. Sólo hace falta una buena dosis de respaldo mediático, una pincelada de teatralidad, mala fe a raudales y una gran confianza en la memez del respetable, para poner patas arriba la consistencia de una plácida existencia social. La prueba más palpable la tenemos con el estallido folklórico del primer acto del melodrama sobre la crisis. Todo el mundo, dejándose llevar por el alarmismo periodístico y político, encauza las maltrechas economías familiares hacia el ahorro más descarnado posible, con la consiguiente consecuencia de un mayor estancamiento del tejido económico diario. La gente no compra, la gente no gasta y se genera una psicosis para evitar el derroche innecesario, que pone en jaque la viabilidad ordinaria del sistema capitalista. El pequeño comercio se resiente, la gran superficie estrecha los márgenes y el entramado bancario cambia la habitual extracción de sangre a sus usuarios por una desconfianza en las concesiones crediticias. Consecuencia: los bancos no mueven sus activos con la misma alegría y el pagano habitual deja de hacer frente a una hipoteca que más que apretar, aplasta. Las inmobiliarias se desmoronan, los pisos se desploman y los ahorros en forma de bienes inmuebles pasan a ser poco más que irrisorios ante la imposibilidad de una venta digna. Y todo como consecuencia de un ligero revés a la economía a nivel mundial, aprovechado rápidamente por la necesidad de algunos de vender diarios y el oportunismo político del descerebrado de turno.
Solución: dejarnos de este papanatismo agorero, salir a la calle sin miedo y reactivar el flujo del dinero para volver a despertar la confianza de todo el tejido mercantil sin excepciones.
Otra solución: Destrucción del sistema capitalista e intervencionismo salvaje del estado. Abolición del sistema monetario y vuelta al idílico sistema de trueque que tan buenos resultados dio en la edad media. ;-)