1 de septiembre de 2010

As time goes by


A veces sentarte en el balcón, mirando la sombría presencia de la noche, es la única manera de relajar los músculos de la conciencia. Relajarse respirando la opresiva presencia del verano mientras el corazón, perdido hace ya demasiado tiempo, late al ritmo de las gotas de sudor que resbalan por la espalda. Y dejar volar tenuemente la intuición y dedicarle cinco minutos a meditar porque cojones la vida te lleva hasta dónde estás; cinco minutos para deleitarse con esa jodida actividad tan denostada por el ser humano: pensar. Y pienso. Y me doy cuenta que la ridícula mentira que significa la vida pasada, sólo rivaliza con la ridícula mentira que se adivina en la vida futura. Que el presente, esos leves y aterciopelados instantes, son lo único que nos separa de la más absoluta de las locuras. Huellas, corazonadas y percepciones. Escaso equipaje para tolerar que la esperanza se instale absurdamente en el interior. Porque lo queramos o no, sea justo o injusto, hayan motivos nobles de por medio o sólo parezca ser todo una siniestra broma de Dios, Ingrid Bergman seguirá subiéndose al puto avión.

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