25 de septiembre de 2008

Treintaitantos.


Superada holgadamente la treintena, la vida se transforma con vivacidad vertiginosa en una sucia montaña rusa que oscila en sus puntos más discordantes, entre la estética trascendental de Kant y las dudas metafísicas de Descartes; intentando reírnos a cada vaivén con la máxima sinceridad viable. Sin omitir a ser posible, que las antiguas lágrimas de juventud, esas que eran provocadas por la falta de experiencia en el campo de batalla, se van tornando con el devenir de las primaveras en puro sarcasmo y en contaminado desprecio hacia casi todo lo ajeno. Porque no podemos olvidar, que toda la ilusión imberbe de los inicios se aniquila sistemáticamente con las criticas y las carencias que te señalan los demás, sin intentar descubrir siquiera cualquier rasgo de agudeza intelectual. Y eso, por supuesto, no se le puede perdonar a la sociedad.
Pasada la treintena, apenas te quedan ganas de ser el nuevo Salinger y escribir la nueva esencia de la novela, o para ser exactos, apenas te quedan ganas de escribir. Pasada la treintena, aprendes con humildad que Kubrick o Wilder eran únicos y que la sutileza y la ironía suelen ser campos vedados. Pasada la treintena, la mayoría de genios coetáneos, los Tapies, los Calatrava o los Gala de turno, tras las interminables ovaciones, más que nauseas provocan amargura. En fin que pasada la treintena, la fe se desdibuja entre el discurso del método y la critica de la razón pura.

2 comentarios:

Armando dijo...

Amigo, inexcusable ausencia que me había hecho olvidar la sutileza de su prosa.

Cuando amenaza el frío es agradable volver a la calidez de lo conocido.

No renuncie, el cinismo es una suerte de escondite.

Baba O'Riley dijo...

Seguramente mi constancia a la hora de juntar palabras no sea ejemplar, pero usted no es que sea Don Lope precisamente. De todas maneras ya se sabe que donde unos ven sutileza y cinismo, otros ven poca sustancia e hipocresía.
Del frio que le amenaza ya hablaremos.