En ocasiones creo que la ironía invade y ensancha nuestro devenir diario. Es decir, nos empeñamos en centrar nuestros esfuerzos y nuestra intensidad vital en que la existencia que nos complazca sea lo más placentera posible. Procuramos que siempre que sea viable, la felicidad sea nuestro compañero de viaje. Y montamos una serie de mecanismos sociales y sensoriales que nos ayudan supuestamente a satisfacer nuestros anhelos. Incluso en los casos de una infelicidad manifiesta, nuestros pasos siempre se encaminarán, real o fantasiosamente, a intentar cambiar nuestro sino. Y creo que así debe ser, que el ser humano, entre sus ansias desbocadas de planificación y su inseguridad manifiesta a lo venidero, debe asimilar en un corto ciclo vital una enorme cantidad de verdades supremas. El problema es cuando llega la puta ironía de la vida y destroza lo que tanto tiempo tardas en construir. O el sarcasmo, que en términos de brutal crueldad tanto da.
En fin, que hemos perdido la liga y el jodido madridismo lleva ya demasiado tiempo de cachondeo.
1 comentario:
Y lo que nos queda, amigo mío
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