Tal vez el boom mediático de la gastronomía en nuestro país haya conseguido un doble efecto en la conciencia colectiva de la sociedad. Por un lado tenemos una mayor sensibilidad para apreciar la cocina y su singularidad, empezando a asociar el disfrute en la mesa indisolublemente con la felicidad; pero a la vez, hemos elevado a los principales gurús de la elaboración culinaria a un elitismo enfermizo, que los etiqueta de antemano con una descarada antipatía.
Hemos aprendido, a base de un bombardeo periodístico incesante, que un chef puede llegar a ser un artista y que su obra, perceptible por todos los sentidos del ser humano, puede y debe dejar de ser un simple trámite alimenticio para convertirse en un deleite y exaltación del placer. Como la buena música, el buen cine o el buen sexo. Desgraciadamente, el ensalzamiento de estos nuevos ídolos mediáticos, los Arola, Adrià, Ruscalleda o Santamaria, los ha alejado tanto de la imagen arquetípica de la cocinera tradicional, que han ninguneado su abnegada labor hasta convertirla en un relativo mal menor. Nuestras madres y abuelas nos han alimentado toda la vida, pero parece que su legado culinario sea sólo un borrón en la evolución de un nuevo arte; como si simplemente fueran absurdos e inconscientes amateurs en un mundo regido por endiosados profesionales.
Por todo ello, no es de extrañar que los y las cocineras de casa miren con recelo cualquier avance técnico y desdeñen cualquier riesgo a la hora de presentar y elaborar los platos, creando un estado de incomprensión y crispación mutua que tiene una complicada solución.
Afortunadamente, algunos cocineros de nueva hornada, han asumido que la mejor realidad posible sería la que fusionara ambos mundos; una apertura de horizontes partiendo de una base tradicional. Por el bien de nuestras papilas gustativas esperemos que tengan suerte.
Salud.
2 comentarios:
En la cocina, como en casi cualquier disciplina, conviven arte y oficio, vanguardia y clasicismo, lo abstracto y lo figurativo.
Es bueno que coexistan tendencias tan dispares.
Y en toda actividad artística, el snobismo o el complejo de inferioridad de los consumidores tiene mucho que ver con la exaltación del creador. Tàpies es un ejemplo preclaro de cómo se puede endiosar a alguien cuya obra no gusta a nadie.
Lo que me preocupa, amigo Bernardo, es la tendencia cada vez más evidente a dividir ambas posibilidades de disfrute. En cuanto a Tapias, no podía haber un ejemplo más definitivo.
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