La noticia, a la par que curiosa destila injusticia e inquietud por todas partes. En principio, cualquier medida restrictiva de las libertades personales debería acarrear una condena moral inmediata. Sin embargo el tema de la natalidad en China es algo más complejo. Es difícil posicionarse ante una ley que aunque inicialmente se enmarque en el fascismo más monstruoso, la medida es imprescindible para la supervivencia de, en primer lugar la propia China pero después del mundo entero. No son consecuencias que observaríamos inmediatamente, sino que serian nuestros nietos los que las sufrirían por una planificación incorrecta.
Así pues que postura debemos mantener, somos fieles a la conciencia y defendemos ante todo el libre albedrío, o intentamos salvar el planeta por todos los medios. Hagamos lo que hagamos, perdemos.
Así pues que postura debemos mantener, somos fieles a la conciencia y defendemos ante todo el libre albedrío, o intentamos salvar el planeta por todos los medios. Hagamos lo que hagamos, perdemos.
Los que sí lo tienen claro son los propios chinos, que esquivando las restricciones a base de poder económico, se han lanzado al alumbramiento de niños con el único freno de su deseo personal. Y no seré yo quien les critique, pues una de las consecuencias del capitalismo, demostrado también en nuestra occidental sociedad, es que teniendo un estatus económico desahogado, la felicidad de tener hijos es proporcional con el numero de nacimientos. Por lo tanto, si queremos apoyar las medidas del gobierno chino, e incluso endurecerlas, debemos buscar algún razonamiento algo menos hipócrita.
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