8 de mayo de 2007

11-M, la derrota de los embusteros


La constatación de que vivimos en un estado que tiene como principales activos la demencia y la hipocresía, lo podemos constatar con la simple observación de la clase política. Y el caso más flagrante y demostrativo es el de este individuo, que por pura limpieza democracia, no debería no ya ejercer un cargo notable en la ejecutiva del principal partido de la oposición, sino ni tan siquiera ser el presidente de su escalera.

No estamos hablando de incompetencia, que destila a borbotones, sino de la reiteración y el regodeo en la mentira y la manipulación más escandalosas. Subrayado por la necedad operativa de un partido, donde las bases sólo están para asentir como borregos y recibir el adoctrinamiento necesario. Por higiene neuronal, cualquier formación política, debería apartar automáticamente de sus filas a elementos que socavan con tanta insistencia las normas elementales de la convivencia. Es inconcebible que encima puedan ejercer, sin que nadie se rasgue las vestiduras, un cargo tan relevante con una participación tan decisiva en la toma de decisiones y en las estrategias de partido.

Creo sinceramente que es un verdadero cáncer para cualquier intento de cohabitación pacífica, el mayor creador de rencor posible entre las dos españas, que él y gente como él se han encargado de dividir. Ideólogo de la sinrazón y estandarte orgulloso de la intolerancia, cuya simple forma de expresarse genera una reacción inevitable de arcadas.

Y conste que está severa diatriba no viene propiciada simplemente por el reportaje de cuatro sobre el 11-M, que aunque destila parcialidad por los cuatro costados, plantea datos incontestables, sino más por su trayectoria imperturbable y destructiva. No hablamos de un mal político, hablamos desgraciadamente de una mala persona.

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