18 de septiembre de 2007

Cuando ya no queremos más

Cuando las ideas se desdibujan entre la conveniencia y el fariseísmo, surgen una serie de automatismos que suelen desembocar en el más espantoso de los ridículos. Es decir, que cuando todo lo que puedes hacer para convencer a tu posible electorado es vender humo, sacar pecho enalteciendo unos ideales que no te crees e intentar jugar a todas las bandas posibles, a la larga, tiendes a caer una y otra vez en las contradicciones más alarmantes. Y esa principalmente, ha sido la causa de haber sufrido durante 23 años un despropósito que hoy en día sigue todavía amenazante. Un lastre contraproducente que tarde o temprano debería tender por si mismo a la desaparición, pero que durante mucho tiempo ensalzó al frente de esa farsa a personajes como el mismísimo Pujol, aglutinador de la esencia misma de la bufonada y de sus retoños más representativos. Las habilidades de algunos de ellos no le andan a la zaga; la estulticia anodina de Mas, la siniestra zafiedad de Puig o el desencanto simplista de Trias. Una generación de tecnócratas y pactistas que casi consiguen acabar con la ilusión de este país.

Por ello, la hora de posicionarse a un lado de la balanza política, es un acto de evidente convencimiento, de resolver cual es el camino que quieres seguir, independientemente de si la decisión tomada lo ha sido por convicciones sociales, culturales, sentimentales o simplemente de comodidad. Decidir ser nacionalista conlleva una serie de derivaciones secundarias de las cuales se debe ser muy consciente. Así pues, la posibilidad de un independentismo sin la presencia de un nacionalismo reinante es una obviedad, sin embargo, son prácticamente imposibles las premisas para que se de el caso a la inversa, o al menos así debería ser.

Por lo tanto, el burdo juego de los “nacionalistas” convergentes (de la posición tan extravagante y españolista de Unió ni siquiera vale la pena ni hablar), intentando erigirse en el estandarte de un patriotismo que les queda demasiado grande e inventando refundaciones de lo que tendría que ser el sentimiento catalán, apenas deberían ser tomadas en cuenta. Y ahí precisamente es donde radica la principal equivocación, pues la esencia de un movimiento tan enriquecedor como abierto, no nace principalmente de grandes teorías ni bases políticas (que también), ni tan siquiera de unos fundamentos históricos incuestionables (que también); nace de la sensibilidad de la gente, del anhelo de querer ser y no querer ser, de la necesidad de una libertad, ficticia o no, para ser felices. En definitiva, de apostar claramente y sin ningún lugar a la duda por dar un paso decidido por la independencia, o como mínimo por el derecho a la autodeterminación.

Es por todo esto que mi comentario no va exento de cierto grado de desencanto; de ver que buena gente con una limitación manipulada en sus lentes, no pueden observar el extenso horizonte que tienen por delante. Y eso, desgraciadamente, duele.

2 comentarios:

Armando dijo...

Discúlpe lo urgente del comentario, intentaré dejarle mis impresiones más adelante. Muy bien su ataque a CIU, pero como me temía no va a la raiz, se queda en lo superficial, en cualquier caso ¿no cree que la avaricia rompe el saco?

Sólo un guante:

Baba O'Riley dijo...

Estoy convencido de que sus criticas a CiU no tienen los mismos objetivos. En cuanto al enlace al cual me dirige, no podría estar más de acuerdo.