Divina justicia

Hay noticias que con el simple acto de ojearlas ya te cambian el humor para el resto del día. En gran medida debido a que los hechos que relata son tan nauseabundos y escabrosos, que te preguntas con miedo a la respuesta donde están los límites de la depravación humana. Hasta que punto se puede juguetear con la maldad en estado puro como simple satisfacción de unos enfermizos impulsos sexuales.

Les estoy hablando del entramado de pornografía infantil que se destapó hace dos años y que ahora recobra su vigencia por el desarrollo procesal.

A la vista de la presentación de las penas solicitadas por la fiscalía, no niego cierta impotencia regodeándose en el maltrecho estado de ánimo. Y creo firmemente que el actual marco legal, con sus luces y sus sombras, necesitaría una revisión en toda regla, a pesar de que si siguiéramos las nuevas tendencias de acoso y derribo a las sentencias judiciales, deberíamos tomar las calles, asaltar la prisión donde cumplan condena estos desalmados y colgarlos en el árbol más cercano que encontráramos.

En fin, la triste consecuencia de verdad, no es solamente que un miserable pueda cometer perversidades de ese calibre, sino que una vez consumada la atrocidad, se pueda hacer negocio y que exista un público potencial para ello.